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La fotografía como instrumento ordenador del tiempo, la imagen al servicio de la memoria, la vocación periodística como brega incesante contra el olvido. En cada imagen, en cada viaje, en cada encomienda profesional, vida  e historia empatan, dialogan, se entrecruzan. 

Si la historia es la hazaña por reinventar y descifrar al tiempo transcurrido, la crónica del fotógrafo  que se desgrana en imágenes aparece como la  forma dilatada de un  tiempo que no se entiende: se mira. Observar al tiempo, tal es la ardua tarea del ejercicio de la fotografía  que colinda con el pensamiento filosófico y con el temperamento artístico. 

El fotógrafo es filósofo porque explica, desafía y deconstruye  la realidad a través de la mirada; pero es también poeta, porque ensaya, no con la palabra sino con la imagen, las múltiples  formas en que el instante y la eternidad se conjugan, hasta ampliar los horizontes de nuestro entendimiento, hasta alterar el tablero cartesiano de nuestra sensibilidad. Miro, luego, existo.  La fotografía es pues una forma radical del lenguaje y de la razón, y es también un viaje: la travesía del ojo, el arte de mirar. (Edgardo Bermejo).

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